Entender
Ir hacia dentro, hacia uno mismo, casi que como una introspección, al menos eso es lo que se -entiende- del origen etimológico de la palabra; intendere en latín.
Las vacaciones de verano de mi ya lejana juventud comenzaban en diciembre, la escuela o colegio en casos de exoneración -una herramienta fantástica para hacer bien los deberes en los primeros exámenes y saltearse el final-, se acababa en la época del feriado de la Virgen de Caacupé, allá por el 8. La tradicional visita a Iturbe para pasar la navidad con los abuelos paternos se convirtió en una actividad ineludible para mí. Hoy día como padre de dos hijos, como que lo comprendo. De todos modos, posteriormente, pasaban varias semanas distribuidas entre las tareas mínimas en la chacra y establecerme en casa de un primo, yendo con frecuencia al río Tebicuary.
La distancia entre la compañía Cande'a Guasu y la ciudad de Iturbe no era excesiva, apenas 20 kilómetros, pero la zona estaba olvidada por Dios y por aquellos que lo nombran tan habitualmente: los políticos. Si llovía, moverse era impensable, y si el terreno estaba en condiciones, era toda una odisea. Si alguien está pensando en transporte público o algo parecido, le felicito por su mentalidad citadina.
En el trayecto uno veía lo de siempre; vacas, aves de corral, algún que otro cartel de lucha contra el Picudo de los tiempos de cultivo de algodón y almacenes. Entre ellos uno bien identificable con una marca de bebidas cuyo logotipo no solo estaba en el cartel, sino en plena pared que daba a la calle, el de una cerveza específicamente: BELCO.
Pertenecía a un primo lejano de mi señor padre, un hombre que siempre estaba presente en esas comidas frías que seguían a los festejos por el nacimiento de aquel niño que resultaba ser su propio padre y que, de adulto, colgaba de una cadena dorada en el cuello de aquellos que lo mencionaban.
Para este caballero, su decisión de pintar su modesto puesto de venta de bebidas, cigarrillos, mortadela y algunas galletitas dulces sin sabor, era su forma inquebrantable de apoyar a su líder, aquel que finalmente cambiaría las cosas, el que encerraría a los delincuentes y amputaría las manos de los responsables del robo de ganado. Un general de gran estirpe, conocido como el hombre de la granada en la mano durante la noche que pondría fin al reinado de Stroessner: Lino César Oviedo.
El oviedismo logró instalarse en gran parte del país. La mayoría de los seguidores del General eran colorados, algo que no resulta difícil de imaginar en un país donde uno puede ser colorado sin siquiera darse cuenta, pero en el caso de este propietario, era una rareza. La familia en general adhería a la doctrina liberal, lo que en esa zona significaba ser enemigo de los colorados y haber tenido que huir del país durante la dictadura, siempre recordando aquello que se quería olvidar: la revolución del '47.
El hielo era escaso pero suficiente para convertir a esas botellas de Belco en algo más que un jarabe. Y a criterio del primo lejano de los adultos, las siglas respondían a Bebidas Envasadas por Lino César Oviedo.
Sin ningún criterio más que su propia imaginación, este caballero defendía a ultranza su posición, incluso cuando algunos tíos esteños que frecuentemente viajaban a Brasil le señalaban que el producto en cuestión era de origen brasileño. Sin embargo, sus argumentos no parecían tener efecto en el protagonista de la discusión, especialmente cuando éste mencionaba a su líder como un perseguido político por parte del entonces presidente Wasmosy, quien lo había encarcelado por simplemente intentar dar un golpe de estado.
Cada uno de los presentes, algunos residentes en Asunción, otros en Ciudad del Este, alguno mas con vida y residencia en Buenos Aires, Argentina, daban sus impresiones con respecto a la figura del General, en debates que por momentos eran superficiales, pero que recogían como fuente de información a periódicos; Noticias, o emisoras radiales; Cardinal. La tele era todavía un elemento inalcanzable.
De chico, mi tarea era recargar los vasos, y ante la imposibilidad de participar activamente del debate al que de seguro no tenía nada que aportar, me dediqué a escuchar. Cada argumento parecía lógico y con bastante sentido común con respecto al destino del General al que le endilgaban esa bebida amarilla con olor a pipí. Bah, probablemente el pipí tenía ese olor porque eso consumían los adultos a cada momento o con cada excusa. Situación huevo-gallina. No importa.
Pero a medida que la ronda avanzaba y terminaban los oradores, veía como en los ojos del Primo Cervecero fanático de Lino’O, había rabia contenida, como si le desarmaran un castillo de ideas que construyó con lo que sentía, sin que él pudiera hacer nada para detenerlos. Y allí, en uno de esos espacios entre que la boca se seca y hay que mojar la lengua con el producto en el vaso, alguien atinó a preguntarle:
“Re-entendepa?”.
Algo como: “¿Entendés?”, en español, pero con un tono acusador casi de:
“¿Es capaz tu diminuto cerebro habitualmente inactivo de comprender estos argumentos?”.
La respuesta retumba hasta hoy en mis oídos:
“Aentendé, pero naentendései”.
Es decir “lo entiendo, pero no quiero entenderlo”. Es como el paso previo a la resignación, como cuando muere alguien cercano, cuando se está en ese proceso donde todo lo racional se borra y uno más que no querer entender, no quiere aceptar lo que está pasando. Una forma de negación, una resistencia a aceptar la realidad que se presenta ante nosotros.
No sé qué carajo habrá pasado de ese hombre, ni de la BELCO, de Oviedo sí sabemos, y también sabemos ahora en Paraguay con la aparición de un fenómeno electoral llamado Payo Cubas. Su liderazgo se caracteriza por el control emocional de sus seguidores, quienes sostienen que hubo un fraude electoral para justificar la derrota de su candidato. Estos seguidores están cansados de ser ignorados y desplazados por los políticos, y están dispuestos a cambiar las cosas de cualquier manera. Personas que dicen “todo el país está reclamando” porque caen en el sesgo de ser parte de redes, sociales y de mensajería en la que se rodean de gente con sus mismos intereses, y no se percatan que las opiniones que se ven en las redes sociales no representan necesariamente la opinión del pueblo en su totalidad.
Seguidores cansados, hartos, de ser desplazados, de ser borrados por los políticos que se encomiendan a Dios, y con ganas de que todo cambie, sea por las buenas o por las malas.
Por las buenas, todas las explicaciones al respecto de las elecciones, lo que dice la ley, lo que representa el acto y la conformación de las mesas, todo eso, es sencillamente para ellos parte de un discurso que sirve para que ellos no sigan existiendo, no sigan siendo objeto de mejores políticas públicas, y que los que son los verdaderos culpables de una situación de miseria y hartazgo sigan atornillados al poder.
Todo lo que se explique sobre la Democracia, su funcionamiento, las instituciones, los errores que pueden darse, todo eso en el mejor de los casos, pasa a generar una sospecha de que están intentando ser manipulados, cuando probablemente no se hayan percatado que han sido manipulados previamente. Todo puede ser respondido por muchos de sus seguidores con un “aentendé, pero naentendései”.
Y es hasta comprensible, no debe ser fácil mirar hacia adentro y encontrar solo dolor y olvido.